La depresión es el padecimiento psicológico más frecuente en los países occidentales, se estima que entre el 5 y el 10% de la población en general la padece en algún momento de su vida.
Los trastornos depresivos son un conjunto de padecimientos caracterizados por un estado de ánimo depresivo, una disminución del interés en actividades placenteras, cambios en el apetito así como aumento o pérdida de peso, insomnio o somnolencia excesiva, fatiga o pérdida de energía, dificultad para pensar o concentrarse, disminución en la capacidad para tomar decisiones, sentimientos de inutilidad o culpa.
La depresión afecta de manera global la vida diaria de quienes la padecen ya que presentan una disminución en el nivel de actividad habitual, se reduce su capacidad para pensar, concentrarse y resolver problemas. Por otra parte, la forma en que perciben el mundo y su propia imagen también se ve alterada, produciéndose así, una especie de inmovilidad y sentimiento de desamparo.
Existen diferentes modelos explicativos para la aparición y el mantenimiento de la depresión, sin embargo, en la actualidad los más aceptados por la comunidad científica son los basados en la neurofisiología por un lado y los basados en la psicología cognitiva por el otro.
El modelo cognitivo de la depresión de Beck como lo describe Vallejo (1998) gravita en torno a la denominada triada cognitiva: las personas con tendencia a la depresión tienen esquemas y estructuras cognitivas que posibilitan una visión negativa de (1) si mismas, (2) en su relación con el mundo y (3) con el futuro. Esta forma peculiar y distorsionada de percibir la realidad determina los cambios en las emociones y en la conducta característicos de la depresión.
Los esquemas delimitan, por tanto, una característica personal, situacional y en gran medida, responsable de cómo la persona percibe la realidad concreta. Los esquemas son representaciones de experiencias pasadas guardadas en la memoria y que operan como filtros para analizar la información recibida en la actualidad.