El origen de la ansiedad está en el sistema de alarma interno que todas las personas tenemos. Este sistema, nos ayuda a estar atentos a posibles peligros en nuestro entorno, así como a adaptarnos a situaciones nuevas. Esta alarma nos prepara para enfrentarnos a las amenazas o a para huir de ellas. Por desgracia, en ocasiones las personas mantenemos activado dicho sistema de una forma indiscriminada, de tal forma que se pueden encender señales de alarma ante situaciones, cosas o personas que en realidad no representan peligro alguno. Esto es lo que los psicólogos clínicos definimos como ansiedad.
La persona que sufre ansiedad presenta una reacción desproporcionada (psicológica, fisiológica y conductual) ante aquello que percibe como una amenaza. Por ejemplo, cuando un profesor les pregunta a sus alumnos si tienen alguna duda, un estudiante con fobia social, al imaginarse a él mismo preguntando algo pensará “creerán que soy tonto” (reacción psicológica), su pulso se acelerará y le sudarán las manos (reacción fisiológica), y en consecuencia preferirá permanecer callado y no preguntar (reacción conductual).
Existen diferentes trastornos de ansiedad, entre los cuales están la ansiedad generalizada, el trastorno de pánico, la agorafobia, la fobia a objetos, animales o situaciones específicas, el trastorno obsesivo compulsivo o el trastorno por estrés postraumático. Todos estos tipos de ansiedad comparten dos elementos comunes, que son el miedo y la preocupación.
Algunos de los síntomas de ansiedad más frecuentes son: