La ansiedad tiene su origen en procesos evolutivos que sirven para adaptarnos a situaciones nuevas o cambiantes. En un principio el mecanismo de la ansiedad nos servía para alertarnos de posibles peligros de nuestro entorno, nos mantenía alerta y listos para huir o enfrentarnos a aquello que nos amenazaba ya fuera un animal salvaje o una tormenta.
Este mecanismo adaptativo, en la actualidad no tiene la misma utilidad, sin embargo, lo conservamos y de hecho lo utilizamos ante situaciones amenazantes. Lamentablemente, en ocasiones, algunas personas mantienen activado este sistema de vigilancia de una manera indiscriminada de modo que pueden disparar señales de alarma ante personas, situaciones o cosas que no representan peligros reales.
En estos casos, la persona con de ansiedad presentará una reacción excesiva ante aquello que percibe como amenaza, esta reacción en todos los casos tendrá tres componentes: uno psicológico, uno fisiológico y uno conductual. Así pues, alguien con fobia a los perros, al ver uno por la calle reaccionará pensando “me morderá” (componente psicológico), inmediatamente se le acelerará el pulso y sentirá palpitaciones (componente fisiológico) y finalmente evitará “el peligro” por ejemplo cambiándose de acera (componente conductual)
Los psicólogos clasificamos los diferentes tipos de ansiedad dependiendo de aquello que es percibido como amenazante y que desencadena esta reacción. No obstante, ya sean fobias, ansiedad generalizada o ataques de pánico, todos los tipos de ansiedad tienen en común la preocupación y el miedo, así como algunos de los siguientes síntomas:
· Tensión muscular o irritabilidad.
· Dolores de cabeza.
· Nauseas, mareos.
· Palpitaciones.
· Escalofríos o sofocos.
· Sudoración excesiva de manos o pies.
· Necesidad de evitar algunos lugares o personas.
· Vergüenza excesiva.
· Preocupaciones o dudas constantes.
· Pensamientos repetitivos indeseados.
· Miedo a estar gravemente enfermo o a una muerte inminente.